19 diciembre, 2025

Fútbol, política y la lógica del desgaste

Sin cruces directos ni gestos explícitos, la relación entre la AFA y el Gobierno transita una etapa de tensión silenciosa.

El escándalo que rodea al presidente de la AFA reabre una pregunta incómoda: hasta dónde el Gobierno presiona y hasta dónde deja hacer. Una mirada sobre el poder que no se ejerce a los gritos, pero pesa igual.

Por estos días, cada vez que el nombre de Claudio “Chiqui” Tapia aparece en los titulares, surge una pregunta inevitable: ¿el gobierno de Javier Milei quiere —o va a empujar— su caída al frente de la AFA?

La respuesta no es lineal. Y, sobre todo, no es ruidosa.

Los libertarios no simpatizan con Tapia. No por cuestiones futbolísticas, sino por lo que representa: una estructura cerrada, corporativa, opaca y con vínculos históricos con el poder político tradicional. Todo aquello que el Presidente suele englobar bajo la etiqueta de “casta”. Si Tapia dejara la presidencia de la AFA, en la Casa Rosada no habría lamentos.

Sin embargo, una cosa es el deseo y otra muy distinta es la acción directa. El Gobierno sabe que meterse en un frente con la AFA es pisar un terreno minado. La FIFA no tolera injerencias estatales, la Selección es un activo simbólico intocable y cualquier intento burdo de intervención podría reforzar el poder interno de Tapia.

Por eso, la estrategia —si es que existe una— no pasa por el golpe frontal, sino por la presión silenciosa.

El avance de causas judiciales, los pedidos de informes, las auditorías y el trabajo de los organismos de control funcionan como un desgaste constante. No necesitan órdenes explícitas: alcanza con que los expedientes no duerman. En ese escenario, el mensaje es claro y brutal al mismo tiempo: no hay paraguas político.

El poder en el fútbol argentino no se cae por declaraciones públicas, sino cuando los propios actores empiezan a dudar. Cuando los clubes perciben que el respaldo se debilita, que el costo de seguir alineados puede ser mayor que el de tomar distancia. Ahí es donde el control comienza a resquebrajarse.

Milei no necesita empujar a Tapia. Le alcanza con no sostenerlo. Con dejar que el sistema haga lo que históricamente sabe hacer cuando un liderazgo se vuelve incómodo: buscar una salida “ordenada”.

Si Tapia termina cayendo, no va a ser por un discurso presidencial ni por una decisión administrativa. Va a ser por una combinación de desgaste judicial, aislamiento político y pérdida de confianza interna. Y el Gobierno, llegado el momento, puede decir —con razón— que no intervino.

«Chiqui» no está hoy frente a un enemigo que lo ataque, sino frente a algo más peligroso: la ausencia de respaldo. En el juego real del poder, nadie cae por un empujón visible, sino cuando deja de ser necesario. El Gobierno lo sabe, el fútbol lo intuye y la Justicia avanza a su ritmo. A veces, el silencio no es neutralidad: es la forma más eficaz de presión.

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